2 La narrativa
Preparación
1. Describe tu novela o cuento favorito. Si no tienes un favorito, ¿cuál novela o cuento recuerdas y por qué lo recuerdas?
2. Escribe una lista de características de la narrativa (o sea, novelas y cuentos).
El género narrativo
Vamos a definir la narrativa como el género literario que emplea prosa (oraciones y párrafos) y tiene una voz narrativa (un narrador). Esta voz cuenta una serie de eventos o acciones— una trama—que está relacionada con un conflicto o enigma (misterio). La trama puede narrarse cronológicamente o puede haber saltos temporales: flashback (analepsis) o flashforward (prolepsis). La narrativa incluye el cuento—que es relativamente corto y suele tener un final inesperado—y la novela, una narración más larga y desarrollada.
Estrategias para leer un texto narrativo:
¿Quién habla? ¿Qué sabemos de esta voz—qué “pistas” hay en el texto para caracterizarla? ¿Qué no se revela? ¿Hay más de una voz?
Describe el “mundo ficticio” donde ocurre la acción. ¿Qué sabemos sobre la situación y el escenario? Por ejemplo, ¿la acción ocurre en un lugar específico? ¿una época específica?
¿Se emplean palabras difíciles o alusiones culturales? Búscalas.
En un texto largo, apunta una frase para resumir lo que pasa en cada párrafo o página.
el/la autor(a), el/la escritor(a): la persona de carne y hueso que escribió el texto
el/la narrador(a): el personaje o el hablante que cuenta la historia. Puede haber más de uno en el mismo texto. Es importante recordar que esta voz es una creación del autor; no es la voz del autor mismo.
la voz narradora, la agencia narradora: palabras que usamos para referirnos a la agencia que controla la narración cuando no corresponde a un personaje
la focalización: la “filtración” de la información que la voz narradora ofrece. Es similar al punto de vista, pero la focalización incluye todos los sentidos y los pensamientos, las emociones, etc.
el focalizador: personaje cuyas percepciones filtran la información que provee la agencia narradora
los personajes: las “personas” que existen en el texto
el/la protagonista: personaje principal
la caracterización: el retrato de los personajes; esta información se revela de muchas maneras, por ejemplo: lo que el personaje hace, dice y piensa; cómo habla o piensa; su apariencia física; lo que dice o piensa el narrador u otro personaje.
el escenario: el lugar donde ocurre la historia
la prefiguración: insinuación de lo que va a pasar; crea suspenso
el desenlace: conclusión de la historia
el final abierto: desenlace que no resuelve el enigma o el conflicto
el epígrafe: una cita de otra obra que se incluye al principio de una obra o una parte de una obra
la intertextualidad: la interconexión entre textos
la alusión: mención implícita de otro texto
la referencia: mención explícita de otro texto
la metaficción: exploración de la ficción y su relación con el mundo que se lleva a cabo a través de una obra de ficción, por ejemplo, en una representación del proceso de escribir o leer
Reflexión
- Escribe un microcuento—un cuento muy breve, de 1-3 oraciones—con un narrador, un escenario, personajes y una trama.
“Coleccionista” por Emilia Pardo Bazán
- Para cada palabra, escribe un sinónimo o una definición, tomando en cuenta el contexto.
el apodo / Llamaban de apodo a la mendiga la Urraca
el mendigo / Llamaban de apodo a la mendiga la Urraca
fiar / a la Urraca se le podían fiar miles de pesetas
la racha / pasada la racha, reincidía
la vivienda / Nadie había penetrado jamás en la vivienda de la mendiga
el hedor / el hedor cadavérico
desechar / desechaba las cosas que nada valían al día siguiente
desilusionado / El vecindario quedó algo desilusionado
la alimentación / si hubiese tenido buena alimentación
experimentar / no hubiese experimentado esos placeres
saborear / no hubiese saboreado la gustosa locura del coleccionismo
2. En cada palabra, subraya el sufijo. Escribe la palabra base e identifica el efecto del sufijo. Ejemplo: rapiñero viene de rapiña y el sufijo convierte la palabra en adjetivo.
abuelica
cincuentona
diariamente
vejezuela
cajita
blanquísimo
alhajilla
pavoroso
3. Mira una breve biografía de la autora, por ejemplo: Pardo Bazán
Apunta la siguiente información:
¿Cuándo y dónde vivió?
¿Qué aspectos de su vida y su contexto (social, artístico) crees que tuvieron influencia en su forma de escribir?
4. ¿Coleccionas algo, o conoces a alguien que tenga una colección? Descríbela. ¿Por qué a la gente le gusta coleccionar?
LECTURA
“Coleccionista”, España, 1910
Al notar los vecinos que la puerta no se abría, como de costumbre, que la vejezuela no bajaba a comprar la leche para su desayuno, presintieron algo malo; enfermedad grave y repentina, muerte súbita quizá…, ¿tal vez crimen?
Llamaban de apodo a la mendiga—a quien, por cierto, se le conocía muy bien que había tenido otra posición en otros días—la Urraca.[1] Era debido el sobrenombre[2] a que la buena mujer se traía para casa toda especie de objetos que encontraba en la calle. Como las urracas ladronas, cogía lo que veía al alcance de sus uñas, sin más fin que ocultarlo en su nido. La Urraca—cuyo nombre verdadero era Rosario—no hubiera tomado de un cajón un céntimo; pertenecía a la innumerable hueste de descuideros[3] de Madrid que juzga suyo cuanto cae a la vía pública.[4]
Algunas excelentes albanas recordaba y podía inscribir en sus fastos[5] la vieja, conseguidas al mendigar ante la portezuela de los coches particulares. Al subirse las señoras, al bajarse, son frecuentes las pérdidas de bolsos, saquillos, tarjeteros, abanicos, pañuelos y otras menudencias.[6]
Rosario, «tía Rosario», como le decían las vecinas, veía con ojos de gavilán rapiñero[7] caer el objeto, precioso o baladí,[8] y nunca se dio caso de que lo restituyese.[9] Había tocado el barro del arroyo,[10] y para la gente del arroyo era. Aparte de este criterio, a la Urraca se le podían fiar miles de pesetas; cada uno entiende la probidad[11] como la entiende.
La Urraca, vestida con un mantón de indefinible tono térreo, tocaba la cabeza con un pañuelo negro verdoso, de algodón, salía diariamente, en lo más crudo del invierno y en lo más achicharrante del verano, a pedir y a merodear. Cuando los alcaldes hacían justicia de enero[12] y apretaban en que los pordioseros[13] fuesen recogidos, tía Rosario no extendía la mano; se limitaba a espigar,[14] como siempre, las porquerías del arroyo. Pasada la racha, reincidía. «¡… Para esta abuelica de más de setenta años!… ¡La pobre abuelica, que está muy enferma, que tiene un mal que la mata!… ¡Un perrillo, señora marquesa!…»
La Urraca distribuía los títulos a su modo: las señoras gordas y cincuentonas, marquesas de fijo;[15] las damas de pelo blanquísimo y avanzada edad, duquesas; las buenas mozas de treinta a cuarenta, condesas. Era cuanto sabía de heráldica.
Nadie había penetrado jamás en la vivienda de la mendiga. Por lo mismo, la curiosidad de las vecinas era aguda, rabiosa. ¿Qué encerraba aquel misterioso cuarto tercero interior de la calle de las Herrerías? Y casi—al tener un pretexto para descorrer el velo del misterio—se alegraron, sin decirlo, de lo que hubiese podido ocurrir. Dos horas después la autoridad penetraba en el domicilio de Rosario. Desde la misma puerta, el hedor cadavérico atosigaba.[16]
Lejos de encontrar, como pensaron, una especie de desván lleno de trastos[17] en desorden, de inmundicias, hallaron tres habitaciones de pobre mobiliario, pero muy arregladas, barridas y sin señal de polvo. La vejezuela, en efecto, sacaba diariamente la basura a la calle envuelta en un periódico y oculta bajo el indefinible mantón color de tierra; y lejos de guardar, como la urraca, las cosas que absolutamente nada valían, las desechaba al día siguiente de recogerlas, previo el más minucioso trabajo de clasificación que se ha realizado nunca con despojos y residuos de la vida en una capital.
Centenares de cajitas de tabacos, de esas pulcras cajitas cuya madera seca y sedosa conserva el aroma de los habanos que han contenido, servían a la Urraca para almacenar y guardar, con primoroso orden, su botín.[18] Se supo después lo que las cajas contenían: como que hubo que tasarlo[19] e inventariarlo. Unas encerraban guantes, doblados, delicadamente; otras, pedazos de encaje; otras, alfileres de todos tamaños y formas, horquillas de todos los metales, peines, jabones, pañuelos, alguno de ellos blasonado y enriquecido con puntos de aguja y Venecia…[20] Había flores artificiales, objetos de cotillón, desdorados y marchitos; portamonedas de plata, piel y cartón vil; devocionarios, libritos de memorias, peinas de estrás,[21] agujas de sombreros, frascos de esencias y de medicinas. Había retratos, cartas de amor, letras sin cobrar[22] y, en una cajita especial, billetes de Banco, una bonita suma. Más extrañó el contenido que encerraba un cofre de hierro: amén de[23] ¡un collar de perlas!, alhajillas de menos valor, piedras sueltas, un reloj muy malo, dos o tres sortijas…[24]
Prolijo en verdad sería el recuento del contenido de las cajas: recuérdese todo lo que puede hallarse[25] en la calle, todo lo que diariamente se pierde en una populosa ciudad. ¿Quién no ha tenido, al volver a casa después de un paseo o de una reunión, la sensación desagradable de que algo le falta? ¿Quién no ha echado de menos, al desnudarse, la joya, el manguito,[26] la cadena de los lentes? Fácil es inferir lo que en treinta y cinco años de mendicidad y rapiña llegó a reunir la Urraca.
Y allí estaba la vieja sobre su cama mísera, con el rostro ya afilado: sin duda la muerte la había sorprendido en el primer sueño… La raída[27] manta, rechazada en algún espasmo de la agonía, colgaba, caída hacia el lado izquierdo, descubriendo el cuerpo sarmentoso,[28] los secos pies de esparto, las canillas[29] como palos de escoba maltratados por el uso… Diríase que pies y piernas cansados y gastados de tanto pisar la calle, de tanto vagabundear acechando la presa, se habían rendido y pedían descanso. La camisa, remendada, cubría mal el resto de la anatomía pavorosa de la mendiga. Las greñas,[30] lacias, se esparcían sobre la almohada, de percalina gris, sin funda[31] de tela.
Ropas y mobiliario acusaban la miseria,[32] la sórdida vida de una pordiosera reducida a lo estricto.
El vecindario quedó algo desilusionado: no había crimen; no había ni aun delito; ni asesinato, ni robo. La Naturaleza era la autora de aquella muerte oscura, solitaria, quizá sin sufrimiento, y que bien podía atribuirse a la falta de todo cuidado, al desabrigo bajo la intemperie matritense,[33] a la vida antihigiénica de la mísera Urraca… Si la anciana hubiese echado mano de[34] los recursos no escasos que poseía; si hubiese tenido buena alimentación, un mantón nuevo y lanoso, zapatos que no embarcasen la humedad, ropa interior de franela…, diez años más, tal vez, hubiese podido vivir. Pero—al menos, así me lo he explicado—entonces no hubiese gozado una felicidad que debió de compensarla todas las privaciones[35] voluntariamente sufridas, el frío en el estómago y en los huesos, el puchero aguanoso,[36] el calzado ensopado,[37] que «se ríe»… ¡No hubiese experimentado esas fruiciones sabrosas que disfruta la vejez en compensación de tantas dichas como pierde! ¡No hubiese saboreado la gustosa locura del coleccionismo, el goce egoísta y callado de reunir lo que nadie ve y lo que de nada nos ha de servir!
Sí, esta era la clave; yo no podía dudarlo: la Urraca coleccionaba. ¿Qué? Todo; los objetos que nunca, dada su condición social, hubiese podido poseer; los objetos que a ningún fin podía aplicar; los objetos más heteróclitos,[38] pero cuya busca, en la calle, constituía la ventura y la pasión de su ancianidad. Cazadora en la selva de la capital, de noche, a la luz de la pobre candileja, experimentaría emociones de intensidad violentísima al recontar y clasificar el botín. Allí estaban las riquezas que otros habían dejado de poseer y que ahora formaban el tesoro de la mendiga: allí estaban, deslumbradoras. ¿Desmembrarlas? ¡Nunca! Ni aun tocaría al billete de Banco hallado entre el cieno,[39] a la puerta del Casino o en el umbral de la tienda… Si se deshiciese de[40] sus hallazgos, ¿qué placer o qué comodidad podrían compensar el de guardarlos, de saber que los tenía allí, que aumentaban cada día, con la exploración ardiente en la manigua[41] urbana? Cuanto más la aumentaba, crecía la avaricia de enriquecer la colección… Ni ante la muerte la hubiese descabalado…[42]
Y eché la última ojeada al cadáver de la mujer que fue feliz a su manera, que gozó emociones de refinada y estética intensidad…
- ¿Qué encontraron en la casa de “la Urraca” cuando murió? ¿Cómo consiguió estas cosas?
- Explica en tus propias palabras: “Si la anciana hubiese echado mano de los recursos no escasos que poseía; si hubiese tenido buena alimentación, un mantón nuevo y lanoso, zapatos que no embarcasen la humedad, ropa interior de franela…, diez años más, tal vez, hubiese podido vivir. Pero—al menos, así me lo he explicado—entonces no hubiese gozado una felicidad que debió de compensarla todas las privaciones voluntariamente sufridas”.
- Describe la narración del cuento, señalando detalles específicos. ¿El narrador es un “yo” (un personaje) o solamente una voz? ¿Cómo reacciona a este caso?
- En un párrafo, reescribe un resumen del cuento con una narración en tercera persona con el fantasma de “la Urraca” como focalizadora. ¿Cómo cambia el cuento?
- En el segundo párrafo, subraya los verbos. ¿Están en el pretérito o el imperfecto? Explica por qué.
- Usa la descripción en el cuento para dibujar el interior de la casa de “la Urraca”.
- Juntos, describir la fotografía Death by Oreos (2006) por la artista tejana-mexicana Daniela Edburg ¿Qué les llama la atención? ¿Cómo describirían el tono y por qué? ¿Cómo se compara la representación del consumismo en esta imagen con la del cuento “Coleccionista”?
“La muñeca” por Rafael Barrett
Preparación
- Para cada palabra, escribe un sinónimo o una definición, tomando en cuenta el contexto.
las rentas / regalar esta muñeca a una niña sin rentas
exigir / sería impertinente exigir tantas perfecciones
el hada / un juguete, traído por un hada
la pieza / entraron al cabo en una pieza sórdida
coser / una mujer cosía
el asombro / ven con asombro
la fábrica / la fábrica entrega la pasta ya pintada
2. Lee una breve biografía del autor, por ejemplo: Barrett
Apunta la siguiente información:
¿Cuándo y dónde vivió?
¿Qué aspectos de su vida y su contexto (social, artístico) crees que tuvieron influencia en su forma de escribir?
Lectura
“La muñeca”, España/Paraguay, 1911
Se celebraba en el palacio de los reyes la fiesta de Navidad. Del consabido[43] árbol, hincado en el centro de un salón, colgaban luces, cintas, golosinas deliciosas y magníficos juguetes. Todo aquello era para los pequeños príncipes y sus amiguitos cortesanos, pero Yolanda, la bella princesita, se acercó a la reina y la dijo:
–Mamá, he seguido tu consejo, y he pensado de repente en los pobres. He resuelto regalar esta muñeca a una niña sin rentas; creo oportuno que Zas Candil,[44] nuestro fiel gentilhombre, vaya en seguida a las agencias telegráficas para que mañana se conozca mi piedad sobre el haz del mundo, desde Canadá al Japón y desde el Congo a Chile. Por otra parte, este rasgo no puede menos que contribuir a afianzar[45] la dinastía.
La reina, justamente ufana[46] del precoz ingenio de su hija, la concedió lo que deseaba. Zas Candil se agitó con éxito. Jesús nos recomienda que cuando demos limosna[47] no hagamos tocar la trompeta delante de nosotros, pero sería impertinente exigir tantas perfecciones a los que ya cumplen con pensar en los pobres una vez al año. ¡El año es tan corto para los que se divierten! Además, el divino maestro se refería sin duda a la verdadera caridad.
No faltaba sino regalar la muñeca, ¿A quién? Una marquesa anciana, ciega, casi sorda y paralítica, presidenta de cuanta sociedad benéfica había en el país, fue interrogada, sin resultado. Su secretaria y sobrina, hermosa joven, propuso candidato inmediatamente. Ella era activa: sabía bien dónde andaban los pobres decentes, religiosos; se consagraba[48] en cuerpo y alma a sus honorarias tareas, que la permitían citarse sin riesgo con sus amantes.
He aquí que[49] Yolanda, la bella princesita, se empeña[50] en presentar su regalo en persona. –¡Una muñeca! –refunfuña la marquesa–. Mejor sería un par de mantas, –¡Oh! –protesta la secretaria–. Un juguete, traído por un hada, vale más que el pan y la salud: es el ensueño. Y si el hada se parece a Su Alteza, no necesita ofrecer otra cosa. Su palma vacía, como dijo Musset, es ya un tesoro.
La reina estaba inquieta. ¡Su Yolanda exponerse en aquellos barrios, en aquellas casas, llenas de microbios! En fin; hubo de ceder: desinfectarían a la princesa lo más a fondo posible cuando regresara.
Al día siguiente, el automóvil regio que conducía a Yolanda, a su muñeca, a su aya y a Zas Candil, en busca de una niña pobre, se detuvo; no cabía en la calle. Los augustos y compasivos personajes bajaron, se torcieron los pies en los adoquines[51] puntiagudos; se encaramaron[52] por una tenebrosa y empinada escalera, y entraron al cabo en una pieza sórdida.
Una mujer cosía; un hombre fumaba; metida dentro de un lecho sucio, una niña pálida movía los dedos en la sombra.
Yolanda, con la muñeca en la mano, se adelanta, elegantísima, ideal. —Amiga mía; soy la princesa Yolanda; vengo a regalarte mi muñeca. Toma.— La niña enferma alarga sus brazos flacos, toma la muñeca, y la muñeca y ella se miran de hito en hito.[53] ¿Cómo? ¿Ni las gracias? Los ojos de Yolanda se acostumbran a la oscuridad y ven con asombro, sobre el lecho sucio, otras muñecas iguales a la suya, cuatro, seis, unas sin cabeza, otras sin miembros, unas completas pero desnudas, otras a medio vestir… el hilo, la aguja, la tela por cortar, los dedos que se movían…
–Su muñeca, señorita princesa, es de las que trabaja mi nena –dice el hombre–. La fábrica entrega la pasta ya pintada y lista y aquí se rellena y se cose… No es mucho lo que nos ayuda… media lira… como para comprar un litro de leche fresca… No, deje, la muñeca siempre nos servirá. La volveremos a llevar a la fábrica.
Comprensión, análisis y extensión
- ¿Por qué no quiere la muñeca la niña pobre? ¿En qué sentido es irónico el fin del cuento?
- Describe el tono: “Jesús nos recomienda que cuando demos limosna no hagamos tocar la trompeta delante de nosotros, pero sería impertinente exigir tantas perfecciones a los que ya cumplen con pensar en los pobres una vez al año. ¡El año es tan corto para los que se divierten! Además, el divino maestro se refería sin duda a la verdadera caridad.”
- Describe la narración del cuento, señalando detalles específicos. ¿El narrador es un “yo” (un personaje) o solamente una voz?
- En un párrafo, escribe una síntesis del cuento usando una narración en primera persona con la princesa Yolanda como narradora y focalizadora. ¿Cómo cambia el cuento?
- Subraya los verbos en el siguiente fragmento. ¿Están en el pretérito o el imperfecto? Explica por qué.
Al día siguiente, el automóvil regio que conducía a Yolanda, a su muñeca, a su aya y a Zas Candil, en busca de una niña pobre, se detuvo; no cabía en la calle. Los augustos y compasivos personajes bajaron, se torcieron los pies en los adoquines puntiagudos; se encaramaron por una tenebrosa y empinada escalera, y entraron al cabo en una pieza sórdida.
Una mujer cosía; un hombre fumaba; metida dentro de un lecho sucio, una niña pálida movía los dedos en la sombra.
6. Comparar y contrastar la trama de “La muñeca” con las acciones de alguna celebridad o influencer del siglo 21, tomando en cuenta su motivación y los resultados de su filantropía.
“Juan Darien” por Horacio Quiroga
Preparación
- Para cada palabra, escribe un sinónimo o una definición, tomando en cuenta el contexto.
enterrar / una pobre mujer joven y viuda llevó ella misma a enterrar a su hijito
el cachorro / cuando el cachorro sintió el contacto de las manos
la fiera / aquel pequeño enemigo de los hombres, aquella fiera indefensa
el gemido / los gemidos de hambre
el seno / llevó el cachorrito a su seno
salvaje / ella amamantaba a un ser salvaje
los fuegos artificiales / de la ciudad habían mandado fuegos artificiales
el domador / en la ciudad hay un domador de fieras
el látigo / un látigo en la mano
la jaula / lo arrojaron dentro de la jaula para fieras
la raya / las rayas de tigre
la llama / el hombre, tocado por las llamas, había vuelto en sí
el rugido / enviando con sus hermanos un rugido de desafío
2. Mira una breve biografía del autor, por ejemplo: Quiroga
Apunta la siguiente información:
¿Cuándo y dónde vivió?
¿Qué aspectos de su vida y su contexto (social, artístico) crees que tuvieron influencia en su forma de escribir?
3. En varios mitos y cuentos tradicionales, un ser humano se transforma en animal o viceversa. Narra uno que conozcas, usando el pretérito y el imperfecto.
Lectura
“Juan Darién”, Uruguay, 1924
Aquí se cuenta la historia de un tigre que se crió y educó entre los hombres, y que se llamaba Juan Darién. Asistió cuatro años a la escuela vestido de pantalón y camisa, y dio sus lecciones corrientemente, aunque era un tigre de las selvas; pero esto se debe a que su figura era de hombre, conforme se narra en las siguientes líneas:
Una vez, a principios de otoño, la viruela[54] visitó un pueblo de un país lejano y mató a muchas personas. Los hermanos perdieron a sus hermanitas, y las criaturas que comenzaban a caminar quedaron sin padre ni madre. Las madres perdieron a su vez a sus hijos, y una pobre mujer joven y viuda llevó ella misma a enterrar a su hijito, lo único que tenía en este mundo. Cuando volvió a su casa, se quedó sentada pensando en su chiquito. Y murmuraba:
–Dios debía haber tenido más compasión de mí, y me ha llevado a mi hijo. En el cielo podrá haber ángeles, pero mi hijo no los conoce. Y a quien él conoce bien es a mí, ¡pobre hijo mío!
Y miraba a lo lejos, pues estaba sentada en el fondo de su casa, frente a un portoncito por donde se veía la selva.
Ahora bien[55]; en la selva había muchos animales feroces que rugían al caer la noche y al amanecer. Y la pobre mujer, que continuaba sentada, alcanzó a ver en la oscuridad una cosa chiquita y vacilante que entraba por la puerta, como un gatito que apenas tuviera fuerzas para caminar. La mujer se agachó y levantó en las manos un tigrecito de pocos días, pues tenía aún los ojos cerrados.
Y cuando el mísero cachorro sintió el contacto de las manos, runruneó de contento, porque ya no estaba solo. La madre tuvo largo rato suspendido en el aire aquel pequeño enemigo de los hombres, aquella fiera indefensa que tan fácil le hubiera sido exterminar.
Pero quedó pensativa ante el desvalido cachorro que venía quién sabe de dónde y cuya madre con seguridad había muerto. Sin pensar bien en lo que hacía, llevó el cachorrito a su seno, y lo rodeó con sus grandes manos. Y el tigrecito, al sentir el calor del pecho, buscó postura cómoda, runruneó tranquilo y se durmió con la garganta adherida al seno maternal.
La mujer, pensativa siempre, entró en la casa. Y en el resto de la noche, al oír los gemidos de hambre del cachorrito, y al ver cómo buscaba su seno con los ojos cerrados, sintió en su corazón herido que, ante la suprema ley del Universo, una vida equivale a otra vida…
Y dio de mamar[56] al tigrecito.
El cachorro estaba salvado, y la madre había hallado un inmenso consuelo. Tan grande su consuelo, que vio con terror el momento en que aquél le sería arrebatado, porque si se llegaba a saber en el pueblo que ella amamantaba a un ser salvaje, matarían con seguridad a la pequeña fiera. ¿Qué hacer? El cachorro, suave y cariñoso–pues jugaba con ella sobre su pecho–, era ahora su propio hijo.
En estas circunstancias, un hombre que una noche de lluvia pasaba corriendo ante la casa de la mujer oyó un gemido áspero–el ronco gemido de las fieras que, aun recién nacidas, sobresaltan al ser humano–. El hombre se detuvo bruscamente, y mientras buscaba a tientas el revólver, golpeó a la puerta. La madre, que había oído los pasos, corrió loca de angustia a ocultar[57] al tigrecito en el jardín. Pero su buena suerte quiso que al abrir la puerta del fondo se hallara ante una mansa,[58] vieja y sabia serpiente que le cerraba el paso. La desgraciada madre iba a gritar de terror, cuando la serpiente habló así:
–Nada temas, mujer –le dijo–. Tu corazón de madre te ha permitido salvar una vida del Universo, donde todas las vidas tienen el mismo valor. Pero los hombres no te comprenderán, y querrán matar a tu nuevo hijo. Nada temas, ve tranquila. Desde este momento tu hijo tiene forma humana; nunca lo reconocerán. Forma su corazón, enséñale a ser bueno como tú, y él no sabrá jamás que no es hombre. A menos… a menos que una madre de entre los hombres lo acuse; a menos que una madre no[59] le exija que devuelva con su sangre lo que tú has dado por él, tu hijo será siempre digno de ti. Ve tranquila, madre, y apresúrate, que el hombre va a echar la puerta abajo.
Y la madre creyó a la serpiente, porque en todas las religiones de los hombres la serpiente conoce el misterio de las vidas que pueblan los mundos. Fue, pues, corriendo a abrir la puerta, y el hombre, furioso, entró con el revólver en la mano, y buscó por todas partes sin hallar nada. Cuando salió, la mujer abrió, temblando, el rebozo bajo el cual ocultaba al tigrecito sobre su seno y en su lugar vio a un niño que dormía tranquilo. Traspasada de dicha,[60] lloró largo rato en silencio sobre su salvaje hijo hecho hombre; lágrimas de gratitud que doce años más tarde ese mismo hijo debía pagar con sangre sobre su tumba.
Pasó el tiempo. El nuevo niño necesitaba un nombre: se le puso Juan Darién. Necesitaba alimentos, ropa, calzado: se le dotó de todo, para lo cual la madre trabajaba día y noche. Ella era aún muy joven, y podría haberse vuelto a casar, si hubiera querido; pero le bastaba el amor entrañable de su hijo, amor que ella devolvía con todo su corazón.
Juan Darién era, efectivamente, digno de ser querido: noble, bueno y generoso como nadie. Por su madre, en particular, tenía una veneración profunda. No mentía jamás. ¿Acaso por ser un ser salvaje en el fondo de su naturaleza? Es posible; pues no se sabe aún qué influencia puede tener en un animal recién nacido la pureza de un alma bebida con la leche en el seno de una santa mujer.
Tal era Juan Darién. E iba a la escuela con los chicos de su edad, los que se burlaban a menudo de él, a causa de su pelo áspero y su timidez. Juan Darién no era muy inteligente; pero compensaba esto con su gran amor al estudio.
Así las cosas, cuando la criatura iba a cumplir diez años, su madre murió. Juan Darién sufrió lo que no es decible, hasta que el tiempo apaciguó su pena. Pero fue en adelante un muchacho triste, que sólo deseaba instruirse.
Algo debemos confesar ahora: a Juan Darién no se lo amaba en el pueblo. Las gentes de los pueblos encerrados en la selva no gustan de los muchachos demasiado generosos y que estudian con toda el alma. Era, además, el primer alumno de la escuela. Y este conjunto precipitó el desenlace con un acontecimiento que dio razón a la profecía de la serpiente.
Aprontábase el pueblo a celebrar una gran fiesta, y de la ciudad distante habían mandado fuegos artificiales. En la escuela se dio un repaso general a los chicos, pues un inspector debía venir a observar las clases. Cuando el inspector llegó, el maestro hizo dar la lección, el primero de todos, a Juan Darién. Juan Darién era el alumno más aventajado; pero con la emoción del caso, tartamudeó[61] y la lengua se le trabó con un sonido extraño.
El inspector observó al alumno un largo rato, y habló enseguida en voz baja con el maestro.
–¿Quién es ese muchacho? –le preguntó–. ¿De dónde ha salido?
–Se llama Juan Darién –respondió el maestro– y lo crió una mujer que ya ha muerto; pero nadie sabe de dónde ha venido.
–Es extraño, muy extraño… –murmuró el inspector, observando el pelo áspero y el reflejo verdoso que tenían los ojos de Juan Darién cuando estaba en la sombra.
El inspector sabía que en el mundo hay cosas mucho más extrañas que las que nadie puede inventar, y sabía al mismo tiempo que con preguntar a Juan Darién nunca podría averiguar si el alumno había sido antes lo que él temía: esto es, un animal salvaje.
Pero así como hay hombres que en estados especiales recuerdan cosas que les han pasado a sus abuelos, así era también posible que, bajo una sugestión hipnótica, Juan Darién recordara su vida de bestia salvaje. Y los chicos que lean esto y no sepan de qué se habla, pueden preguntarlo a las personas grandes.
Por lo cual el inspector subió a la tarima y habló así:
–Bien, niño. Deseo ahora que uno de ustedes nos describa la selva. Ustedes se han criado casi en ella y la conocen bien. ¿Cómo es la selva? ¿Qué pasa en ella? Esto es lo que quiero saber. Vamos a ver, tú –añadió dirigiéndose a un alumno cualquiera–. Sube a la tarima y cuéntanos lo que hayas visto.
El chico subió y, aunque estaba asustado, habló un rato.
Dijo que en el bosque hay árboles gigantes, enredaderas y florecillas. Cuando concluyó, pasó otro chico a la tarima, y después otro. Y aunque todos conocían bien la selva, todos respondieron lo mismo, porque los chicos y muchos hombres no cuentan lo que ven sino lo que han leído sobre lo mismo que acaban de ver. Y al fin el inspector dijo:
–Ahora le toca al alumno Juan Darién.
Juan Darién subió a la tarima, se sentó y dijo más o menos lo mismo que los otros. Pero el inspector, poniéndole la mano sobre el hombro, exclamó:
–No, no. Quiero que tú recuerdes bien lo que has visto. Ahora cierra los ojos.
Juan Darién cerró los ojos.
–Bien –prosiguió el inspector–. Dime lo que ves en la selva.
Juan Darién, siempre con los ojos cerrados, demoró un instante en contestar.
–No veo nada –dijo al fin.
–Pronto vas a ver. Figurémonos que son las tres de la mañana, poco antes del amanecer. Hemos concluido de comer, por ejemplo… Estamos en la selva, en la oscuridad… Delante de nosotros hay un arroyo…[62] ¿Qué ves?
Juan Darién pasó otro momento en silencio. Y en la clase y en el bosque próximo había también un gran silencio. De pronto Juan Darién se estremeció, y con voz lenta, como si soñara, dijo:
–Veo las piedras que pasan y las ramas que se doblan… Y el suelo… Y veo las hojas secas que se quedan aplastadas sobre las piedras…
–¡Un momento! –lo interrumpió el inspector–. Las piedras y las hojas que pasan: ¿a qué altura las ves?
El inspector preguntaba esto porque si Juan Darién estaba “viendo” efectivamente lo que él hacía en la selva cuando era animal salvaje e iba a beber después de haber comido, vería también que las piedras que encuentran un tigre o una pantera que se acercan muy agachados al río pasan a la altura de los ojos. Y repitió:
–¿A qué altura ves las piedras?
Y Juan Darién, siempre con los ojos cerrados, respondió:
–Pasan sobre el suelo… Rozan las orejas… y las hojas sueltas se mueven con el aliento… Y siento la humedad del barro en…
La voz de Juan Darién se cortó.
–¿En dónde? –preguntó con voz firme el inspector–. ¿Dónde sientes la humedad del agua?
–¡En los bigotes! –dijo con voz ronca Juan Darién, abriendo los ojos espantado.
Comenzaba el crepúsculo, y por la ventana se veía cerca la selva ya lóbrega. Los alumnos no comprendieron lo terrible de aquella equivocación; pero tampoco se rieron de esos extraordinarios bigotes de Juan Darién, que no tenía bigote alguno. Y no se rieron, porque el rostro de la criatura estaba pálido y ansioso.
La clase había concluido. El inspector no era un mal hombre; pero, como todos los hombres que viven muy cerca de la selva, odiaba ciegamente a los tigres; por lo cual dijo en voz baja al maestro:
–Es preciso matar a Juan Darién. Es una fiera del bosque, posiblemente un tigre. Debemos matarlo, porque si no, él, tarde o temprano, nos matará a todos. Hasta ahora su maldad de fiera no ha despertado; pero explotará un día u otro, y entonces nos devorará a todos, puesto que le permitimos vivir con nosotros. Debemos, pues, matarlo. La dificultad está en que no podemos hacerlo mientras tenga forma humana, porque no podremos probar ante todos que es un tigre. Parece un hombre, y con los hombres hay que proceder con cuidado. Yo sé que en la ciudad hay un domador de fieras. Llamémoslo, y él hallará modo de que Juan Darién vuelva a su cuerpo de tigre. Y, aunque no pueda convertirlo en tigre, las gentes nos creerán y podremos echarlo a la selva. Llamemos en seguida al domador, antes que Juan Darién se escape.
Pero Juan Darién pensaba en todo menos en escaparse, porque no se daba cuenta de nada. ¿Cómo podía creer que él no era un hombre, cuando jamás había sentido otra cosa que amor a todos, y ni siquiera tenía odio a los animales dañinos?
Mas las voces fueron corriendo de boca en boca, y Juan Darién comenzó a sufrir sus efectos. No le respondían una palabra, se apartaban vivamente a su paso, y lo seguían desde lejos de noche.
–¿Qué tendré? ¿Por qué son así conmigo? –se preguntaba Juan Darién.
Y ya no solamente huían de él, sino que los muchachos le gritaban:
–¡Fuera de aquí! ¡Vuélvete de donde has venido! ¡Fuera!
Los grandes también, las personas mayores, no estaban menos enfurecidas que los muchachos. Quién sabe qué llega a pasar, si la misma tarde de la fiesta no hubiera llegado por fin el ansiado domador de fieras. Juan Darién estaba en su casa preparándose la pobre sopa que tomaba, cuando oyó la gritería de las gentes que avanzaban precipitadas hacia su casa. Apenas tuvo tiempo de salir a ver qué era. Se apoderaron de él, arrastrándolo hasta la casa del domador.
–¡Aquí está! –gritaban, sacudiéndolo–. ¡Es éste! ¡Es un tigre!
¡No queremos saber nada con tigres! ¡Quítele su figura de hombre y lo mataremos!
Y los muchachos, sus condiscípulos a quienes más quería, y las mismas personas viejas, gritaban:
–¡Es un tigre! ¡Juan Darién nos va a devorar! ¡Muera Juan Darién!
Juan Darién protestaba y lloraba porque los golpes llovían sobre él, y era una criatura de doce años. Pero en ese momento la gente se apartó, y el domador, con grandes botas de charol, levita[63] roja y un látigo en la mano, surgió ante Juan Darién. El domador lo miró fijamente, y apretó con fuerza el puño del látigo.
–¡Ah! –exclamó–. ¡Te reconozco bien! ¡A todos puedes engañar, menos a mí! ¡Te estoy viendo, hijo de tigres! ¡Bajo tu camisa estoy viendo las rayas del tigre! ¡Fuera la camisa, y traigan los perros cazadores! ¡Veremos ahora si los perros te reconocen como hombre o como tigre!
En un segundo arrancaron toda la ropa a Juan Darién, y lo arrojaron dentro de la jaula para fieras.
–¡Suelten los perros, pronto! –gritó el domador–. ¡Y encomiéndate a los dioses de tu selva, Juan Darién!
Y cuatro feroces perros cazadores de tigres fueron lanzados dentro de la jaula.
El domador hizo esto porque los perros reconocen siempre el olor del tigre; y en cuanto olfatearan a Juan Darién sin ropa, lo harían pedazos, pues podrían ver con sus ojos de perros cazadores las rayas de tigre ocultas bajo la piel de hombre.
Pero los perros no vieron otra cosa en Juan Darién que al muchacho bueno que quería hasta a los mismos animales dañinos.
Y movían apacibles la cola al olerlo.
–¡Devóralo! ¡Es un tigre! ¡Toca! ¡Toca! –gritaban a los perros.
Y los perros ladraban y saltaban enloquecidos por la jaula, sin saber a qué atacar.
La prueba no había dado resultado.
–¡Muy bien! –exclamó entonces el domador–. Estos son perros bastardos, de casta de tigre. No lo reconocen. Pero yo te reconozco, Juan Darién, y ahora nos vamos a ver nosotros.
Y así diciendo entró él en la jaula y levantó el látigo.
–¡Tigre! –gritó–. ¡Estás ante un hombre, y tú eres un tigre! ¡Allí estoy viendo, bajo tu piel robada de hombre, las rayas de tigre! ¡Muestra las rayas!
Y cruzó el cuerpo de Juan Darién de un feroz latigazo. La pobre criatura desnuda lanzó un alarido de dolor, mientras las gentes enfurecidas repetían:
–¡Muestra las rayas de tigre!
Durante un rato prosiguió el atroz suplicio; y no deseo que los niños que me oyen vean martirizar de este modo a ser alguno.
–¡Por favor! ¡Me muero! –clamaba Juan Darién.
–¡Muestra las rayas! –le respondían.
–¡No, no! ¡Yo soy hombre! ¡Ay, mamá! –sollozaba el infeliz.
–¡Muestra las rayas!
Por fin el suplicio concluyó. En el fondo de la jaula, arrinconado, aniquilado en un rincón, sólo quedaba un cuerpecito sangriento de niño, que había sido Juan Darién. Vivía aún, y aún podía caminar cuando se lo sacó de allí; pero lleno de tales sufrimientos como nadie los sentirá nunca.
Lo sacaron de la jaula, y empujándolo por el medio de la calle, lo echaban del pueblo. Iba cayéndose a cada momento, y detrás de él iban los muchachos, las mujeres y los hombres maduros, empujándolo.
–¡Fuera de aquí, Juan Darién! ¡Vuélvete a la selva, hijo de tigre y corazón de tigre! ¡Fuera, Juan Darién!
Y los que estaban lejos, y no podían pegarle, le tiraban piedras.
Juan Darién cayó del todo, por fin, tendiendo[64] en busca de apoyo sus pobres manos de niño. Y su cruel destino quiso que una mujer, que estaba parada a la puerta de su casa sosteniendo en los brazos a una inocente criatura, interpretara mal ese ademán de súplica.[65]
–¡Me ha querido robar mi hijo! –gritó la mujer–. ¡Ha tendido las manos para matarlo! ¡Es un tigre! ¡Matémoslo en seguida, antes que él mate a nuestros hijos!
Así dijo la mujer. Y de este modo se cumplía la profecía de la serpiente: Juan Darién moriría cuando una madre de los hombres le exigiera la vida y el corazón de hombre que otra madre le había dado con su pecho.
No era necesaria otra acusación para decidir a las gentes enfurecidas. Y veinte brazos con piedras en la mano se levantaban ya para aplastar a Juan Darién, cuando el domador ordenó desde atrás con voz ronca:
–¡Marquémoslo con rayas de fuego! ¡Quemémoslo en los fuegos artificiales!
Ya comenzaba a oscurecer, y cuando llegaron a la plaza era noche cerrada. En la plaza habían levantado un castillo de fuegos de artificio,[66] con ruedas, coronas y luces de Bengala.[67]
Ataron[68] en lo alto del centro a Juan Darién, y prendieron la mecha[69] desde un extremo. El hilo de fuego corrió velozmente subiendo y bajando y encendió el castillo entero. Y entre las estrellas fijas y las ruedas girantes de todos colores, se vio allá arriba a Juan Darién sacrificado.
–¡Es tu último día de hombre, Juan Darién! –clamaban todos–.¡Muestra las rayas!
–¡Perdón, perdón! –gritaba la criatura, retorciéndose entre las chispas y las nubes de humo. Las ruedas amarillas, rojas y verdes giraban vertiginosamente unas a la derecha y otras a la izquierda.
Los chorros de fuego tangente trazaban grandes circunferencias; y en el medio, quemado por los regueros de chispas que le cruzaban el cuerpo, se retorcía Juan Darién.
–¡Muestra las rayas! –rugían aún de abajo.
–¡No, perdón! ¡Yo soy hombre! –tuvo aún tiempo de clamar la infeliz criatura. Y tras un nuevo surco de fuego, se pudo ver que su cuerpo se sacudía convulsivamente; que sus gemidos adquirían un timbre profundo y ronco, y que su cuerpo cambiaba poco a poco de forma. Y la muchedumbre, con un grito salvaje de triunfo, pudo ver surgir por fin bajo la piel de hombre las rayas negras paralelas y fatales del tigre.
La atroz obra de crueldad se había cumplido; habían conseguido lo que querían. En vez de la criatura inocente de toda culpa, allá arriba no había sino un cuerpo de tigre que agonizaba[70] rugiendo.
Las luces de Bengala se iban también apagando. Un último chorro de chispas con que moría una rueda alcanzó la soga[71] atada a las muñecas (no: a las patas del tigre pues Juan Darién había concluido), y el cuerpo cayó pesadamente al suelo. Las gentes lo arrastraron hasta la linde del bosque abandonándolo allí, para que los chacales devoraran su cadáver y su corazón de fiera.
Pero el tigre no había muerto. Con la frescura nocturna volvió en sí, y arrastrándose presa de horribles tormentos se internó en la selva. Durante un mes entero no abandonó su guarida[72] en lo más tupido del bosque esperando con sombría paciencia de fiera que sus heridas curaran. Todas cicatrizaron por fin, menos una, una profunda quemadura en el costado, que no cerraba, y que el tigre vendó[73] con grandes hojas.
Porque había conservado de su forma recién perdida tres cosas: el recuerdo vivo del pasado, la habilidad de sus manos, que manejaba como un hombre, y el lenguaje. Pero en el resto, absolutamente en todo, era una fiera, que no se distinguía en lo más mínimo de los otros tigres.
Cuando se sintió por fin curado, pasó la voz a los demás tigres de la selva para que esa misma noche se reunieran delante del gran cañaveral[74] que lindaba con los cultivos. Y al entrar la noche se encaminó silenciosamente al pueblo. Trepó a un árbol de los alrededores, y esperó largo tiempo inmóvil. Vio pasar bajo él, sin inquietarse a mirar siquiera, pobres mujeres y labradores fatigados, de aspecto miserable; hasta que al fin vio avanzar por el camino a un hombre de grandes botas y levita roja.
El tigre no movió una sola ramita al recogerse para saltar. Saltó sobre el domador; de una manotada lo derribó desmayado, y cogiéndolo entre los dientes por la cintura lo llevó sin hacerle daño hasta el juncal.
Allí, al pie de las inmensas cañas que se alzaban invisibles, estaban los tigres de la selva moviéndose en la oscuridad, y sus ojos brillaban como luces que van de un lado para otro. El hombre proseguía desmayado. El tigre dijo entonces:
–Hermanos: Yo viví doce años entre los hombres, como un hombre mismo. Y yo soy un tigre. Tal vez pueda con mi proceder borrar más tarde esta mancha. Hermanos: esta noche rompo el último lazo que me liga al pasado.
Y después de hablar así, recogió en la boca al hombre, que proseguía desmayado, y trepó con él a lo más alto del cañaveral, donde lo dejó atado entre dos bambús. Luego prendió fuego a las hojas secas del suelo, y pronto una llamarada crujiente ascendió.
Los tigres retrocedían espantados ante el fuego. Pero el tigre les dijo:
–Paz, hermanos. –Y aquéllos se apaciguaron, sentándose de vientre con las patas cruzadas a mirar.
El juncal ardía como un inmenso castillo de artificio. Las cañas estallaban como bombas, y sus haces se cruzaban en agudas flechas de color. Las llamaradas ascendían en bruscas y sordas bocanadas, dejando bajo ellas lívidos huecos; y en la cúspide, donde aún no llegaba el fuego, las cañas se balanceaban crispadas por el calor.
Pero el hombre, tocado por las llamas, había vuelto en sí.[75] Vio allá abajo a los tigres con los ojos cárdenos alzados a él, y lo comprendió todo.
–¡Perdón, perdónenme! –aulló retorciéndose–. ¡Pido perdón por todo!
Nadie contestó. El hombre se sintió entonces abandonado de Dios, y gritó con toda su alma:
–¡Perdón, Juan Darién!
Al oír esto Juan Darién, alzó la cabeza y dijo fríamente:
–Aquí no hay nadie que se llame Juan Darién. No conozco a Juan Darién. Este es un nombre de hombre, y aquí todos somos tigres.
Y volviéndose a sus compañeros, como si no comprendiera, preguntó:
–¿Alguno de ustedes se llama Juan Darién?
Pero ya las llamas habían abrasado el castillo hasta el cielo.
Y entre las agudas luces de Bengala que entrecruzaban la pared ardiente, se pudo ver allá arriba un cuerpo negro que se quemaba, humeando.
–Ya estoy pronto,[76] hermanos –dijo el tigre–. Pero aún me queda algo por hacer.
Y se encaminó de nuevo al pueblo, seguido por los tigres sin que él lo notara. Se detuvo ante un pobre y triste jardín, saltó la pared, y pasando al costado de muchas cruces y lápidas, fue a detenerse ante un pedazo de tierra sin ningún adorno, donde estaba enterrada la mujer a quien había llamado madre ocho años.
Se arrodilló –se arrodilló como un hombre–, y durante un rato no se oyó nada.
–¡Madre! –murmuró por fin el tigre con profunda ternura–. Tú sola supiste, entre todos los hombres, los sagrados derechos a la vida de todos los seres del universo. Tú sola comprendiste que el hombre y el tigre se diferencian únicamente por el corazón. Y tú me enseñaste a amar, a comprender, a perdonar. ¡Madre! Estoy seguro de que me oyes. Soy tu hijo siempre, a pesar de lo que pase en adelante, pero de ti solo. ¡Adiós, madre mía!
Y viendo al incorporarse los ojos cárdenos de sus hermanos que lo observaban tras la tapia, se unió otra vez a ellos.
El viento cálido les trajo en ese momento, desde el fondo de la noche, el estampido de un tiro.
–Es en la selva –dijo el tigre–. Son los hombres. Están cazando, matando, degollando.
Volviéndose entonces hacia el pueblo que iluminaba el reflejo de la selva encendida, exclamó:
–¡Raza sin redención! ¡Ahora me toca a mí!
Y retornando a la tumba en que acababa de orar, arrancose de un manotón la venda de la herida, y escribió en la cruz con su propia sangre, en grandes caracteres, debajo del nombre de su madre:
y
Juan Darién
–Ya estamos en paz –dijo.
Y enviando con sus hermanos un rugido de desafío al pueblo aterrado, concluyó:
–Ahora, a la selva… ¡Y tigre para siempre!
- En tus propias palabras, explica cómo el tigre se transforma en el niño Juan Darién.
- ¿Qué hace el inspector para revelar que Juan Darién es un tigre?
- ¿Cómo se convierte en tigre otra vez Juan Darién? ¿Qué habilidades conserva de su forma humana?
- Identifica un ejemplo de prefiguración en el cuento.
- Describe la narración del cuento, señalando detalles específicos. ¿El narrador es un “yo” (un personaje) o solamente una voz? ¿Hay personajes que sirvan como focalizadores, o hay una focalización externa?
- Subraya los verbos en el subjuntivo en el siguiente fragmento. Para cada verbo, explica por qué se utilizó el subjuntivo.
Yo sé que en la ciudad hay un domador de fieras. Llamémoslo, y él hallará modo de que Juan Darién vuelva a su cuerpo de tigre. Y, aunque no pueda convertirlo en tigre, las gentes nos creerán y podremos echarlo a la selva. Llamemos en seguida al domador, antes que Juan Darién se escape
7. Haz una lista de temas de este cuento, o sea, ideas amplias que el cuento explora. Por ejemplo, un tema de “Juan Darién” es la diferencia o la “otredad”—la sociedad no acepta a Juan Darién porque es diferente.
8. Haz una lista de observaciones sobre la relación entre los humanos y la naturaleza en este cuento, con ejemplos específicos del cuento. ¿Hay algún patrón o mensaje en estas representaciones? Escribe una oración temática señalando esta tendencia; luego, usa tu lista de observaciones para completar un párrafo con evidencia para apoyar tu afirmación.
9. Escribir un párrafo en el pasado sobre lo que ves en el cuadro Misionero comido por tigre por Noé León (Colombia, 1967): cómo era la escena (imperfecto) y los eventos que ocurrieron (pretérito). Después, con otra persona, comparar y contrastar esta imagen con “Juan Darién.”
“Cassettes del exilio” del podcast Radio ambulante
Preparación
- Para cada palabra, escribe un sinónimo o una definición, tomando en cuenta el contexto.
el golpe militar / en septiembre de ese año hubo un golpe militar
grabar / él nos mandaba estos tapes que nos grababa con su voz
el globo / un globo aerostático con el cual se podía cruzar la cordillera
meter preso / lo metían preso sencillamente por ser chileno
la añoranza / esta añoranza de vernos crecer y no perder el rol del padre
2. Este texto es una narración de no ficción. Es decir, cuenta una historia verdadera. En tu experiencia, ¿qué tiene en común este tipo de texto con un cuento ficticio? ¿Cómo suele ser distinto? Menciona un ejemplo que hayas leído.
3. ¿Cuáles tecnologías te ayudan a comunicarte con tu familia? ¿Y a recordar tu niñez? ¿Crees que los cambios tecnológicos han cambiado nuestra forma de comunicarnos o de recordar nuestro pasado? Explica.
TEXTO
“Cassettes del exilio”, Chile/EE.UU., 2017
La transcripción completa está disponible aquí.
Comprensión, análisis y extensión
- Dibuja un mapa con los lugares y las fechas que se mencionan en la narración
- Identifica las voces que narran esta historia. Describe el efecto de contar una historia a través de esta combinación de voces.
- ¿Quién era “el abuelo”? Descríbelo.
- ¿Por qué Alberto se comunicó con su familia por cassettes?
- Describe el montaje que Alberto hizo con las grabaciones.
- Subraya los verbos en el pretérito y el imperfecto en este fragmento y explica por qué se usa este tiempo verbal en cada caso:
Estábamos mis dos hermanos, mi mamá y yo parados ahí, en la mitad de la plaza, esperando. Sabíamos que iba a aparecer en cualquier momento, pero no sabíamos si se iba a bajar de un taxi, si iba a llegar caminando o cómo. Me acuerdo muy bien de lo nervioso que estaba. Me parecía verlo en todas las caras que pasaban por la plaza en ese minuto. Hasta que creo que fue mi hermana la que lo reconoció y gritó: “¡Allá está mi papá!”. Salimos los tres corriendo hacia él, todos llorosos de felicidad, y cuando ya estuvimos al lado de él le saltamos encima y lo abrazamos.
7. ¿Por qué “no fue nada fácil” para Dennis vivir con su padre en California a los 21 años?
8. Identifica y comenta dos ejemplos de figuras retóricas utilizadas en esta narración.
9. A diferencia de los otros textos narrativos en este libro, este podcast se creó como un texto oral, que se escucha. Compara y contrasta la experiencia de leer una narración con la de escuchar una narración.
- pájaro negro y blanco que roba objetos brillantes; magpie, hoarder (fig.) ↵
- apodo ↵
- gran número de ladrones ↵
- calle ↵
- Algunos tesoros celebraba ↵
- cosas pequeñas ↵
- ave carnívora; hawk ↵
- de poco valor ↵
- nunca lo devolvió ↵
- orilla, ambiente de pobreza; gutter ↵
- moralidad ↵
- Cuando las autoridades le echaban ganas a su trabajo (por poco tiempo) ↵
- mendigos ↵
- recoger ↵
- sin duda ↵
- molestaba ↵
- ático lleno de basura ↵
- cosas robadas; loot ↵
- evaluarlo ↵
- encaje: lace, alfileres: pins, horquillas: hairpins, blasonado: emblazoned, punto de aguja: needlepoint, Venecia: style of lace ↵
- cotillón: fiesta, portamonedas: coin purses, devocionarios: prayer books, peinas de estrás: rhinestone haircombs ↵
- unpaid promissory notes ↵
- además de ↵
- anillos ↵
- encontrarse ↵
- prenda para abrigar las manos; muff ↵
- desgastada; threadbare ↵
- retorcido; gnarled ↵
- huesos de las piernas; shins ↵
- cabellos mal arreglados ↵
- cubierta; pillowcase ↵
- reflejaban la pobreza ↵
- madrileña ↵
- utilizado ↵
- miserias; hardships ↵
- sopa aguada ↵
- zapatos llenos de agua ↵
- variados ↵
- lodo; mud ↵
- se librara de; got rid of ↵
- selva ↵
- la hubiera dejado incompleto ↵
- conocido ↵
- zascandil: inútil, estafador; good-for-nothing, swindler ↵
- afirmar ↵
- orgullosa ↵
- donación ↵
- se dedicaba ↵
- null ↵
- insiste ↵
- piedras ↵
- se subieron ↵
- con atención ↵
- enfermedad contagiosa; smallpox ↵
- Habiendo dicho esto; Now then ↵
- amamantó; breastfed ↵
- esconder ↵
- tranquila ↵
- aquí “a menos que no” significa “a menos que” ↵
- Llena de alegría ↵
- balbuceó; stuttered ↵
- río pequeño ↵
- prenda masculina de etiqueta; tailcoat ↵
- extendiendo ↵
- gesto de rogar ↵
- https://www.youtube.com/shorts/Z5r7LVFZ_xA ejemplo de un castillo de fuegos artificiales ↵
- tipo de pirotecnia que echa chispas; sparklers ↵
- Sujetaron; tied ↵
- incendiaron la cuerda; lit the fuse ↵
- se moría ↵
- cuerda; rope ↵
- cueva ↵
- cubrió con vendas; bandaged ↵
- juncal, campo de caña; canefield ↵
- había despertado ↵
- listo ↵